jueves, 7 de febrero de 2013

La delgada línea...


No imagino, siquiera, cuán difícil sería para el hombre común dar con uno de los torcidos recovecos en la mente de alguno de los apacibles internos de esta casa de reposo... Probablemente en poco tiempo estaría haciendo compañía a aquél, de cuya inexistente cordura,  ha sido aprendiz.
En más de alguna ocasión ha pasado por mi cabeza la suspicaz idea de que es en realidad dentro de estas paredes que la razón encuentra a sus más vehementes defensores y que el mundo que todos ustedes llaman racional no es más que el opiáceo espejismo que nosotros -o ustedes, según quieran engañarse- los hombres del exterior llaman Salud Mental y que tan extraordinariamente califican de Normal... 
Penosamente común es, pues, que existan quienes dudan que dentro de su regularidad, se esconde la más terrible de las condiciones mentales que puedan existir... La Normalidad 


LA ESCALINATA DE ORO


I


Aquella mañana parecía ser igual a todas las demás desde hacía ya siete años, tiempo que llevaba como catedrático en una universidad de Nueva Inglaterra; como decía, parecía ser una mañana más, de rutina; me levanté a las 6:00 A.M., tomé una taza de café después de bañarme y me dispuse a salir rumbo a la universidad para mi primera clase.
Todo comenzó cuando abrí la puerta que daba hacia la calle y me encontré con una enorme escalera de caracol que rodeaba una torre de marfil que parecía tan alta como el cielo, no podía alcanzar a ver la parte más alta de la torre, era increíble; instintivamente traté de despertar de aquél extraño sueño pero, desgraciadamente no era eso, era una realidad más bizarra que cualquier imagen salida del sueño de algún surrealista o la visión dentro de un exceso de opio; algo que no creo que exista ser alguno capaz de imaginar siquiera.

Algo particular, y que de inmediato desató toda mi insana e incisiva curiosidad, fue el haber leído, al pie de la misma una placa de oro rezaba: “Sean pues, tus pasos, extraño, guiados por el testimonio de quien antes ha osado buscar en esta perdida ciudad, aquello que yace en las infinitas calzadas del tiempo cósmico.”

En contra de cualquier regla de conservación, decidí subir por la escalera; pude notar que los escalones eran de oro y, en cada uno de ellos, había inscripciones que formaban grupos que parecían dividir la escalinata en secciones; la primera representaba una escena de caza parecida a las que se representan en las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira, solo que los seres ahí mostrados no coincidan con alguno de los tantos que han poblado nuestro planeta en sus cientos de millones de años de existencia, casi todos representaban figuras geométricas —triángulos para ser preciso— con crestas u ornamentos en su vértice superior, los cuales asemejaban tentáculos o extremidades, aún mas extraño era el hecho de que  todas las figurillas habían sido labradas o forjadas con la intención de que pareciera tuviesen un tamaño descomunal, mucho mayor que los toscos diseños antropomórficos que también se hallaban representados en los relieves.
Continué mi ascenso y noté que el tiempo parecía correr de un modo distinto, acababa de revisar los relieves de la primera sección y vi una puesta de sol maravillosa, pero las manecillas de mi reloj de pulsera no se habían movido ni un segundo pues ¡Aún marcaban las 6:00 A. M.!
De cualquier forma, me dirigí al siguiente nivel que tenía inscripciones en jeroglíficos egipcios; contaban una historia acerca de Los Grandes Maestros que descendieron de más allá de las estrellas, ellos eran los padres de Isis, de Horus y de Osiris, ellos dieron poder a Anubis y a Set, era una raza que algún día volvería y traería consigo una nueva era, un Amanecer Dorado; pero estos supremos seres tenían enemigos que yacían en los abismos del infinito y lejano cosmos y que eran aún más poderosos que los propios Grandes Maestros, quienes les temían, odiaban y respetaban al mismo tiempo; eso era lo que rezaba la segunda sección de inscripciones, se afirmaba, eran las confesiones con un hombre llamado Nefrén Ka, supremo faraón de Egipto.

El siguiente nivel estaba adornado con el más exquisito arte celta que en toda mi vida pudiese haber visto, allí se narraba la construcción de Stonehenge y Carnac hace ya cinco mil años, contaba también cómo se había reflejado la constelación de Tauro en la campiña británica; eran estas historias los más bellos poemas que pudiese haber leído; al principio dudé que todos estos hechos fueran realidad, pero todo lo enunciado ahí coincidía con hechos históricamente comprobados; aún así, no tenían lógica alguna, pues el autor de esta sección aseguraba haber atestiguado todo… algo realmente increíble, pues eran cientos de años los transcurridos en ese periodo de tiempo desde el principio de los relieves hasta el fin de los mismos...

sábado, 24 de noviembre de 2012

Another turn of the screw...


En ocasiones, nos es dada la posibilidad de acercarnos de cierta manera a los rincones más profundos de nuestra psique de la manera más absurda e incluso irrisoria... A veces, podemos darnos cuenta que en realidad, todo ese conjunto de vueltas y periplos que llamamos vida, no es más que una infinita espiral de sucesos que nos debería hacer crecer, aunque, en más de una ocasión, volvemos a ver los mismos rostros y a traer a la vida a los mismos viejos fantasmas que nunca dejan de atormentarnos...

Hay cosas y casos, que es preferible no revivir, aunque la verdad, es que se trata de nosotros mismos, recordándonos quiénes somos y tratando de seguir siendo quienes creemos que somos...


VALERIE



I


Valerie contaba veintiún años cuando cometió la falta que ahora ha provocado el horror. Ella era una joven hermosa. Su cabello lacio y rubio resaltaba los bellos ojos azules, su pequeño y delicado cuerpo la hacían parecer frágil, pero poseía una voluntad férrea y un carácter amable y dulce; era un gran ser humano...

Ambos estudiábamos la misma carrera, por lo que usualmente trabábamos debates intensos, pero de regular coincidíamos en cuanto a opinión se refiere; cierto día, hicimos pareja para desarrollar la investigación para la calificación final del curso; el viejo profesor Wagner era nuestro decano en la universidad y decidió asignarnos la investigación de las religiones del Oriente Medio. Resolvimos comenzar nuestro trabajo esa misma tarde.
Tras retirar enormes volúmenes de la biblioteca de la universidad, nos fuimos a la cafetería del campus para organizar la información, que era escasa y vaga —en el mejor de los casos— ya que, de nueve tomos, sólo tres nos eran de utilidad. Decidimos que al día siguiente, consultaríamos a Wagner para obtener más datos; mientras yo recogía nuestra orden, Valerie daba un vistazo al libro de un peculiar investigador inglés y, al volver a nuestra mesa, Val —como solía llamarle— me hizo notar que en ese libro se mencionaba un antiguo texto árabe que describía un culto de procedencia sumeria o babilonia particularmente interesante. Acordamos que yo devolvería los libros a la biblioteca a primera hora del día siguiente, ella —mientras tanto— se quedaría con el libro y además buscaría en el baúl de su difunto abuelo, ya que él había sido profesor de la universidad y se especializaba en religiones arcaicas.
Cuando dieron las ocho de la noche, acompañé a Val hasta el departamento —que alguna vez fuere ocupado por su abuelo— y el cual se encontraba del otro lado del campus.

Eran ya las tres de la madrugada cuando el teléfono del dormitorio sonó y alguien dijo que era para mí; era Val y sonaba en extremo emocionada; me dijo que, dentro del baúl de su abuelo, había encontrado un viejo libro con el sello de la biblioteca y que se encontraba oculto dentro de un doble fondo, lo descubrió accidentalmente al tratar de bajar arrastrando el baúl por las escaleras desde el ático; el texto estaba aparentemente escrito en árabe y coincidía enormemente con el libro que se describía en el libro que habíamos consultado, decidimos que veríamos al profesor Wagner a la mañana siguiente e indagaríamos acerca del origen del libro de su abuelo.

Nos encontramos fuera de la oficina del viejo Wagner alrededor de las ocho de la mañana, mientras esperábamos, Valerie me dijo que había logrado traducir algunas palabras del libro; me dijo además, que no lo llevaba consigo pues éste daba la impresión de ser muy viejo y valioso al permanecer oculto en el doble fondo, al exponerlo al ambiente —pensó— se maltrataría. En ese momento, Wagner llegó, nos invitó a tomar asiento frete a su escritorio mientras se servía una taza de café; cuando Val describió el libro y las circunstancias bajo las cuales lo había encontrado y las similitudes que éste tenía con el libro que describía el texto de la biblioteca, Wagner se quedó como paralizado y, de su mano, cayó la taza de café que sostenía; tras escuchar las palabras que Val había logrado traducir, el viejo profesor se desplomó como fulminado por un invisible rayo. Veinte minutos después, los paramédicos retiraban el cuerpo del profesor y uno de ellos me interrogaba acerca de nuestra plática, ya que el desafortunado viejo había sufrido un mortal infarto, me preguntaba acerca de nuestra plática para corroborar que no recibiera, antes del fatal desenlace, alguna fuerte impresión; en respuesta, repetí detalladamente nuestra conversación desde la primera hasta la última palabra, esa palabra era Alhazred...



II


Después de la muerte del viejo Wagner, la facultad decidió que nuestras calificaciones serían determinadas por los archivos de evaluación que el profesor registraba minuciosamente, ya que el sustituto no llegaría a tiempo para el final del curso; por tal motivo, la facultad adelanto en un mes el fin de curso, así que nos iríamos a casa antes de tiempo, obviamente nuestro trabajo se canceló y nos separamos, yo iría a casa de mi hermano y ella se quedaría en el campus hasta que la universidad cesara actividades; nos despedimos con la promesa de escribirnos en todo momento, ella fue la primera en hacerlo.

—Junio-9—
                        Querido Roy:
Me cansé de esperar que me escribieses, así que decidía hacerlo yo. ¿Sabes? Te has perdido de cosas muy interesantes; decidí, para comenzar, que traduciría el libro de mi abuelo a cualquier precio y es fascinante, no te imaginas las cosas que he leído. Habla acerca de una raza de seres que dominaron la Tierra aún antes que los dinosaurios poblaran en ella; estos seres primigenios, fueron derrotados por otras entidades, quienes les desterraron a otras dimensiones; pero no han muerto, sólo esperan el momento justo para regresar y continuar su infinita batalla cósmica.
Me gustaría contar contigo para ayudarme, ya que en algunas líneas, sólo he logrado obtener palabras extrañas y sin sentido.
Bueno, creo que debo despedirme, continuaré con la traducción del libro, como ya te dije, desearía que estuvieras aquí, te extraño, espero no lo tomes a mal pero creo que te quiero.
Valerie

Desgraciadamente, mi hermano y yo habíamos ido de pesca, actividad en la que estuvimos ocupados por casi dos semanas, por lo tanto, no supe de la carta de Val sino hasta que hubimos regresado y una segunda misiva había llegado ya.

—Junio-23—
Roy:
Por favor ven pronto, quisiera que me ayudases con algunos del libro que he logrado descifrar hasta poder recitarlos; pensándolo bien, es urgente que regreses, han pasado cosas muy extrañas en el campus desde hace algunos días, cinco chicos de la universidad han desaparecido y se han encontrado unas marcas muy extrañas en los alrededores de los dormitorios y los demás edificios, estas marcas han estado apareciendo cada vez más cerca de la cabaña y me siento muy asustada, lo que más me aterra, es que he descubierto que unas extrañas cicatrices han venido apareciendo en mi cuerpo, no sé que hacer, ayúdame por favor, no quiero que esto continúe.
¿Dónde estás, te necesito?
Valerie

Su segunda carta me hizo imaginar lo peor, no pude conciliar el sueño esa noche; estaba preocupado por lo que sucedía, sólo podía desear que ella estuviera bien, no me lo perdonaría si algo le pasaba a Val, oraba por que no estuviera lastimada; creo que en ese momento me di cuenta de cuánto significaba ella para mí, la amaba y esa era mayor razón para volver a la universidad al día siguiente.

Aproximadamente a las 9:00 A.M. ya había terminado de empacar y estaba por salir rumbo a la estación para tomar el bus que me devolvería a donde dejé a Val, cuando llamaron a la puerta, abrí y un empleado de la oficina de correos me entregó un telegrama junto con el resto de la correspondencia; el telegrama iba dirigido a mí y el remitente era de la universidad, inmediatamente pensé en Val; el mensaje era confuso y me hizo salir a toda prisa hacia la estación; mientras viajaba en el bus, sólo podía repasar mentalmente el mensaje...

------Junio-24------
------Son Ellos. Ven pronto. Quieren hacerme daño. Te necesito.------
------Valerie------



III


Al llegar a la universidad, rápidamente fui a buscar a Val hasta el departamento de su abuelo; la puerta estaba abierta, una vez en el interior, observe con detenimiento en todos los rincones para tratar de averiguar qué era lo que había sucedido; no obtuve respuesta alguna del desastre en que se había convertido la morada entera, no había rastro alguno de Valerie o del libro. Acudí a la policía y me acompañó el detective Howard Phillips, de la división de homicidios, pues sospecharon que la desaparición de Val se relacionaba —obviamente— con las de los demás chicos de la universidad, el detective Phillips y sus ayudantes no lograron encontrar pista alguna que diera con el paradero de Val, así que una de las teorías fue lo que llamaron la típica fiesta de fin de cursos entre universitarios y que tal vez ella ya habría salido de vuelta a casa por las vacaciones, sin informármelo, claro; las cartas y el telegrama —agregaron— habían sido sólo parte de una broma colegial que ella me jugaba, pretendiendo encontrar gracia alguna en las recientes desapariciones, y decidieron continuar con el caso, pero sólo de manera superficial.

Fui hasta mi dormitorio con el alma prendida de un delgado hilo; no podía perder a Valerie y no estaba dispuesto a aceptar la explicación de los policías, pues sabía que ella no era de los que hacen ese tipo de cosas.
A las pocas horas de haber llegado hasta mi habitación, el detective Phillips tocó a mi puerta; parecía nervioso, su semblante daba la impresión de que debía decirme algo, le invité a pasar, pues me intrigaba el hecho de su repentina visita, sobre todo después de su extravagante conjetura y, tras ofrecerle una taza de café —la cual rechazó— y mientras encendíamos un par de cigarrillos, me contó una historia más bien extraña...

—Sólo muy pocos sabemos quiénes son Ellos, y es mi deber sugerirle que no continúe investigando acerca de su novia, será mejor resignarse a la dura verdad y orar, si es que es usted creyente aún después de escuchar esto, por la salvación de su alma, pues deseará que ella esté muerta ya; si es que vive aún, tenga usted la seguridad de que no desea que ella continúe en este mundo tras lo que seguramente ha sufrido, no después de encontrarse frente a frente con... Ellos
Ahora sólo nos queda tratar de remediar el daño que seguramente su novia causó ¿Está usted conmigo?

No tuve más remedio que confiar en las bizarras palabra del agente Phillips y lo acompañé hasta su casa; durante el camino me confesó que él había encontrado el libro, pues había entrado al departamento con anterioridad y que lo había ocultado debido a que era la única manera de acabar con Ellos, a quienes aún ahora no he logrado alejar de mis pesadillas, las cuales temo se hagan realidad algún día



IV


Ya en casa de Phillips —no muy lejos de la universidad— el detective continuó su relato:

—Cuando yo tenía su edad —comenzó— Todo mi pueblo fue aniquilado por Ellos, sólo tres personas logramos sobrevivir a la masacre: Mi esposa, la madre de ella y yo mismo, vimos el aniquilamiento de una comunidad entera; acordé con mi mujer que era nuestro deber evitar que algo así ocurriese de nueva cuenta; ella se encuentra en Europa estudiando más acerca de Ellos; yo regresé cerca del lugar de la tragedia para tratar de controlar sus posibles movimientos, los cuales no sucedieron hasta hace poco, fue por ello que tuve el atrevimiento de entrar a la cabaña de su novia antes que usted llegase y sin que nadie lo supiera.

Prosiguió.

—La joven despertó de nueva cuenta a una especie de seres que ni siquiera en nuestras peores pesadillas hemos imaginado, creo que son los hijos de La Gran Serpiente, de Aquél que pacientemente yace en el fondo del mar y quien no ha muerto, sino que yace soñando... aguardando, esperando el momento para encontrase con el resto de los que llegaron a la Tierra junto con Él, anunciando el inicio de una era de terror indescriptible. La única forma de combatir a estos seres y evitar que su padre despierte, es utilizando los mismos métodos que ellos, pues todo en el universo puede ser destruido con su equivalente contrario; es por eso que nosotros invocaremos la ayuda del Omnisciente, de Aquél que trajo el conocimiento hasta la primitiva raza humana; de quien cada ciclo nos recuerda que nos protege al manifestarse secretamente en sus templos y quién se fue, pero volverá para traernos un Amanecer Dorado. Él nos ayudará, tal y como lo hizo ayer y lo seguirá haciendo hasta el fin de nuestros tiempos...

Yo no podía hacer otra cosa más que escuchar atentamente la bizarra historia que mi aparentemente desquiciado interlocutor profería, pues los hechos que me mostró eran tantos, que resultaba imposible que todo fuese una serie de coincidencias y mentiras, pues la verdad y las respuestas han sido tan elementales, que resultaban casi imposibles de encontrar: Phillips me enseño lo que debía yo hacer y me preparó para el momento de enfrentar a Los Antiguos...

Tomamos el tren con rumbo a lo que alguna vez había sido una prospera comunidad, bueno, lo más cerca que pudimos llegar, pues ya no había acceso alguno al viejo pueblo donde Phillips había nacido; acampamos en ese lugar por cerca de tres días con sus noches.
No hay palabras para describir lo que aparentemente nos rodeaba: Voces y aullidos horribles, que ni siquiera son de este mundo; conjuros terribles, pronunciados en una lengua arcaica y olvidada; seres que no podíamos ver y que nos hablaban sin voz y nos describían lo que nos esperaba si acaso tratábamos de detenerles, ni el Tribunal del Santo Oficio fue capaz de imaginar tales métodos de tortura y dolor; era temerle al miedo mismo, a lo desconocido. ¿Cómo combates algo que tu pequeña mente mortal no es capaz de concebir?

La hora final llegó a la cuarta noche; dibujamos un círculo —de seis o siete palmos de circunferencia— en el piso, entramos en él y repetimos los conjuros necesarios, siempre con una voz firme y decidida; ese fue mi primer contacto real con Ellos...
Nos rodeaban, sus ojos resplandecían como siniestros faros de color verde, grandes como platos y enfurecidos como una manada de lobos rabiosos; el ambiente poco a poco se tornó denso y sofocante, imagino la sensación de encontrase en medio de una erupción volcánica, parecía que nuestro entorno se incendiaba; estaban a punto de tocarnos con sus hórridos tentáculos y aniquilarnos con la tenazas que tenían por manos, sentíamos su fétido aliento en nuestras caras, y entonces sucedió...

Tal vez un poeta describiría mejor lo que vimos, la vista era aún más hermosa que una aurora boreal, su voz era la más bella que hombre alguno haya escuchado jamás en la Tierra, su grito de batalla era severo pero reconfortante; atravesó el cielo como una majestuosa ave, relámpagos caían a nuestro alrededor; esos relámpagos eran sus huestes de guerreros; vestidos como su creador y maestro, arrasando con aquellos que nos amenazaban como si un fuerte viento purificador barriera con los enemigos, y luego desaparecieron tan rápido como llegaron a auxiliarnos
Lo habíamos logrado, pudimos detenerlos —al menos— por un tiempo; ahora soy parte de los iluminados, de aquellos que sabemos acerca de Los Antiguos y combatimos por y contra ellos; pues habemos quienes luchamos por la supervivencia de nuestra raza y quienes buscan la aniquilación total del mundo como lo conocemos...

¿Y Valerie? Nunca volví a saber de ella, pero aún conservo cierta esperanza de rescatarla de sus garras si es que todavía no me ha abandonado en realidad... Por ahora, me dirijo hacia las ciudades de nuestro maestro y ser supremo, para continuar mi aprendizaje y ser parte de sus guerreros.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Y todo vuelve...

Como dicen por ahí, todo es cíclico, no existe más que el continuo ciclo de creación-generación/vida/muerte. De alguna manera creo que eso era y ha sido siempre lo que me ha movido a tratar de emular a los demás internos de esta casa de reposo, por obviedad, nunca ha sido la intención de este que les escribe, ser heredero de o encender de nuevo una antorcha que, en realidad, desde que el hombre se precia de serlo, ha permanecido inextinguible... El miedo y la mente del ser humano son elementos indivisibles y que necesariamente van siempre de la mano con el continuo correr del tiempo, por supuesto que no puede existir uno sin el otro... Lo que juzgué interesante al realizar el presente ejercicio, era el cómo se pudo haber contado una misma historia preexistente, vista desde los ojos no de uno de los participantes, sino de uno de los tantos extras que actúan en la paradójica comedia de la existencia humana, desde el punto de vista de un Juan Pérez o John Doe, como quieran decirle...

Es por ello que ahora, quiero invitarlos a ser partícipes del primer acto del horror reclamando lo que le pertenece... Nuestra mente...


ELLOS




¿Tiempo? Sí… Hace mucho tiempo que todo ocurrió, lo recuerdo muy bien, esa fue la primavera más calurosa que había sentido en mi vida; fue cuando todas las “actividades” comenzaron en los alrededores del pueblo, las enormes montañas de roca —cerca de Sentinel Hill— parecían haberse convertido en volcanes, pues todas las noches se levantaban enormes llamaradas desde la cima hacia los cielos, muy alto, parecía incluso que la Luna reflejaba el resplandor amarillo y naranja del fuego. El reverendo Alexander nos pedía constantemente que rezáramos por el perdón de nuestros pecados, que sólo así podríamos ser parte de la salvación, pues —según él— el Apocalipsis estaba comenzando. 
Eso sucedió antes de que Ellos llegaran… 



El día del cumpleaños de la Tía Lilly —seis días después de que todo comenzó, el veintitrés de Abril— hubo luna llena; esa noche tenía una cita con Josie Andrews, por lo que decidimos ir a pasear al lago; caminábamos cerca del muelle, tomados de la mano, cuando notamos un extraño resplandor justo en medio del agua; al principio pensamos que era el reflejo de la Luna llena, pero rápidamente el resplandor parecía haberse convertido en un intenso rayo de luz verde esmeralda que provenía del fondo del propio lago, nos alejamos de ahí y acordamos que no lo íbamos a decir a nadie por temor a que pensaran que estábamos locos o —peor aún— que nosotros lo habíamos provocado, ya que, tres días antes, los animales de las granjas ubicadas en los alrededores del pueblo comenzaron a morir súbitamente; el doctor Andrews —padre de Josie y veterinario local— supuso que se trataba de una extraña epidemia aparentemente relacionada con una peculiar sustancia viscosa de color verde que era encontrada alrededor y sobre los restos de los animales muertos. 
Eso sucedió cuando Ellos llegaron… 



Una noche, cesaron los ataques a las granjas y el verdadero horror comenzó; el primero fue el reverendo Alexander, el comisario dijo que probablemente se encontraba rezando frente a la imagen de la Virgen María cuando todo sucedió, en ese momento me arrepentí de haber tomado aquél empleo de medio tiempo como fotógrafo de la policía en mi tiempo libre después de clases; La noche siguiente fue el viejo Rob Whetley, con la excepción de que aparentemente había muerto sin que se le atacase de manera alguna, simplemente había muerto de terror; luego mi mejor amigo Dylan Jones, la Tía Lilly, el doctor Andrews; prácticamente todo el mundo comenzó a aparecer muerto, uno tras otro, cada noche era encontrado el cadáver de alguien; afortunadamente, Josie y su madre se fueron a casa de su abuela —en el medio oeste— tras la muerte de su padre. Todo se repetía, eran encontrados con extrañas marcas en todo el cuerpo, como si les hubiesen practicado una disección, abiertos justo por la mitad del cuerpo; a algunos les habían sido extraídos órganos, como si se tratara de una macabra cirugía; a Papá, a Mamá, a todos; excepto por el viejo Whetley, cuya horrenda historia familiar ha sido tétrica y magistralmente contada ya en alguna ocasión. 
Eso sucedió cuando Ellos atacaron… 



Todo fue un terrible golpe, ya no vería más a mis padres, ni a Dylan o a la Tía Lilly, ya no iba a pedir la mano de Josie al doctor Andrews; todo estaba acabado ya, nuestra prospera comunidad era ahora un desolado pueblo fantasma. Mientras viajaba en el tren con rumbo hacia el medio oeste para encontrarme con Josie, me enteré que en otros pueblos aledaños habían ocurrido cosas igual o aún más extrañas y terroríficas; irónicamente, me sentí algo afortunado, después de todo aún tenía a Josie y, junto con su madre, éramos los únicos que atestiguaron lo que sucedió cuando Los Antiguos llegaron.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Hagámoslo personal...

Regularmente, o al menos así era cuando tenía un poco más de tiempo disponible, pasaba mucho rato tratando de mejorar lo que he ido escribiendo... Realmente nunca he creído que sea una labor de hacer la historia perfecta, sino de -más bien- quedar a gusto con el resultado final, cosa que aún ahora no ha sucedido pero que a lo largo del tiempo, pude aceptar como el reflejo de mí mismo y la circunstancia en que me he encontrado con el correr de mi historia. Es por eso que deberé iniciar esta lista de publicaciones con este, el primer cuento corto que escribí, las referencias y la idea central del mismo, resultará más que obvia, pero creo que es un buen ejercicio para alguien de 13 o 14 años, no recuerdo bien a qué edad fue que tomé papel y lápiz y decidí que iba a dedicarme al oficio de crear ideas y transmitirlas de manera escrita...

Y pues... sin más preámbulos, déjenme presentarles el primer cuadro salido de la mente del interno 0801...  



CULPA



No espero justificar mi abominable acto al narrar los sucesos ocurridos, tampoco es mi deseo culpar al Altísimo por provocar mi caída; lo único que deseo es prevenir a alguna desafortunada alma que se encontrase en mi situación —por azares del destino— y que sepa defenderse de tan aborrecible sensación: La culpa. 



Tras haberme casado con una dama a la que nunca quise, y es más, creo haber odiado desde el momento en que nuestros padres arreglaron la boda por convenir así a ambas familias, dediquéme al trabajo, al estudio de la Metafísica y al desafortunado vicio del opio; que, de vez en vez, mitigaba las tristezas que recorrían mi alma; eran pues, mi refugio, las múltiples actividades que he mencionado, pero mi tormento comenzaba cada que el Sol se ponía y debía yo regresar a la casa que compartía con ella —a quien llamaré Alice—, mi esposa por maldición del mismo Mefísto. Hija menor del mejor amigo de mi padre, nos casaron cuando ambos rayábamos los dieciocho años; yo amaba a otra joven , quien, para nuestra desgracia, no era hija de uno de los más prominentes banqueros de Virginia —como lo era yo— y ése fue el pecado que impidió nuestra unión; nuestros padres alegaron diferencia de clases y el abismo inmenso que esto representaba, parecía infranqueable a sus ojos; ambos fuimos obligados a ceder: Sus padres se marcharon de Virginia, llevándosela consigo a otro estado y a mí, mi padre me casó —a punta de escopeta— con la hija de su amigo. 


Esta era la historia que recorría mi mente cada vez que tenía que abrir la puerta para entrar a la casa colonial que fue otorgada como dote por el padre de mi esposa. Al cerrar y escuchar la chillona voz de Alice, el tormento se hacía miles de veces peor; ella siempre me reprochaba el hecho de no amarla y negarme a darle un hijo, pero lo más importante era que ella me reclamaba a mí... Ella me culpaba por su desgracia... ¿Existe alguien capaz de imaginar que semejante ironía exista? ¡Ella me reprochaba a mí por su infelicidad! ¿...Y yo...? ¿Dónde quedaban mi corazón y mi felicidad? ¡Mi libertad! 


La misma letanía se repetía cada día, hasta que una funesta tarde de verano, cegado por el opio y la ira; mi coraje fue tal al escuchar sus reclamos, que mi primera reacción fue dirigirme hasta el cobertizo y tomar el hacha que servía para cortar la leña de la chimenea y asestarle un certero corte en el cuello que separó su cabeza del cuerpo... Reaccioné lentamente al salvaje acto que acababa de cometer. ¡Dios, la había degollado! 
El primer pensamiento que surcó mi mente era la visión de la horca y yo pendiendo de la soga alrededor de mi cuello; definitivamente tenía que ocultar el cuerpo. ¿Pero cómo...? 


Tras meditar durante un largo rato, creí pertinente trasladar el cadáver al sótano y, tras desmembrarlo, ponerlo en varios sacos, los cuales tiraría a la basura como desechos cualesquiera; así que corté —con ayuda del arma homicida— cada parte del cuerpo hasta obtener un total de quince sacos conteniendo partes de ese despreciable ser; algunos sacos los arrojé a la basura y los que contenían piezas que pudiesen inculparme, los enterré cuidadosamente en el jardín trasero de la casa; posterior a esto, procedí a limpiar las huellas de mi mórbido crimen, lavé la alfombra y desmanché el piso del sótano; terminé mi labor extenuado y caí en un profundo sueño; nunca antes había gozado una noche de esa manera, dormí sin aquél burdo bulto a mi lado ¡Pero no más! Era el crimen perfecto. 


A la mañana siguiente me levanté, abrí la ventana de la habitación y contemplé una gloriosa escena de sol, pensé en hacer maletas e ir en busca de mi amada; me restregué los ojos con las manos para desperezarme y ¡Oh, Dios! Había aún sangre en ellas; me repuse a la primera súbita impresión y pensé: Debe haberse coagulado tras mi liberación y seguramente con alcohol o algo parecido se reblandecerá más rápidamente y se disolverá. 
Mi sorpresa fue mayúscula al darme cuenta que la sangre no desaparecía de mis manos; intenté quitarla con toda clase de sustancias que encontré en el cobertizo, pero fue inútil: Mis manos continuaban tintas en sangre; de pronto, vino a mi mente otra solución, no había intentado aún con lo más elemental... pero fue igualmente inútil, el agua y el jabón tampoco pudieron liberarme de tan abominable líquido endurecido; mi desesperación llegó a tal punto, que salí corriendo a la calle gritando, implorando me liberasen de aquella porquería que cubría mis manos; inconscientemente llegué a la estación de policía y declaré mi horrendo crimen, el cual fue confirmado por los oficiales que registraron la basura de la noche anterior y excavaron en el jardín trasero, No había que efectuar juicio alguno, incluso la policía me salvó de la turba enfurecida que clamaba por mi linchamiento a gritos, misma turba que observa con odio, placer y gozo mientras tú, verdugo, escuchas mi historia al tiempo que colocas la soga justiciera alrededor de mi cuello y aguardas el momento de accionar el mecanismo que abrirá el piso y, así, todo se acabará... 
Maldita sea la conciencia del ser humano, que es capaz de generar sentimientos tan abominables como la culpa, sentimiento que resulta tan aborrecible e innecesario que, a veces, nos hace ver cosas que simplemente no existen.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Y en Castellano???

Quienes me conocen, no me dejarán mentir sobre las muchas manías, que de manera consciente o no, dan color a mi personalidad; algunas de esas manías, debo agradecerlas a la extraña y profunda marca que distintas obras han dejado en el desequilibrado que les escribe. De ahí , por ejemplo, que Edgar Allan Poe (la locura debe tener algo que ver con el nombre), me transmitiera esa enfermizo pavor a ser enterrado vivo; también, que le tenga aversión a más no poder al hecho de vivir en lugares tropicales o cercanos al mar, ni qué decir si llegase siquiera conocer a alguien con cara de rana o de pescado, verdad Howard???

Pero bueno, claro que no solamente se hace uno de traumas literarios gracias a la gente de Nueva Inglaterra, también en muchos otros lugares podemos hacernos de ideas, con fundamento o sin él, que atormentan nuestra mente. Tan al sur como Uruguay está en el mapa, podemos darnos cuenta de que la verdadera cualidad terrible del miedo es su universalidad, su capacidad de llegar hasta nuestro inconsciente y despertar sensaciones y recuerdos heredados de manera genética desde que nuestros antepasados caminaron erguidos, o comenzaron a intentarlo.

Aun cuando el frío sea penetrante e insoportable, o la comodidad que se les atribuye sea digna de la realeza, les invito a que descubran el porqué me niego a acercarme siquiera a esta clase de prendas y enseres...


El almohadón de plumas

Horacio Quiroga



Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

El Interno de Boston

Imagino que cada año, en estas fechas, un sinnúmero de blogs y páginas se suman a la campaña de publicar relatos, poemas y escritos alusivos a estas festividades; por supuesto, no sería mi intención ser "uno más", sino la de dar a conocer aquello que me ha hecho ser yo... 
A veces me pregunto cómo habría sido mi historia si hace ya bastantes años, en esa adolescencia, que --según algunos-- dura hasta los 35, no hubiese llegado a mis manos, junto con otras piezas más, la joya que podrán apreciar algunas líneas más adelante.

La finalidad no es repetir los datos técnicos sobre métrica, rima, y todos esas palabras teóricas que hacen que la mayoría de las personas se aleje de la lectura y creación de obra poética; o que confunda esa producción artística, con las aberraciones lingüísticas, estilísticas, estéticas, fonéticas y musicales de retrasados mentales como Arjona o Espinoza Paz, que al fin y al cabo, son mierda hecha para ser consumida por gente que tiene ídem en la cabeza...

Alguna vez escuché que traducir El Cuervo de Edgar Allan Poe y conservar al menos un 20% de su riqueza y belleza en cuanto a cadencia y rima se refiere, era el máximo exámen del idioma inglés, la verdad sería muy pretencioso intentarlo siquiera, es por eso que, prefiero dejarlos con una de las traducciones que he tenido oportunidad de leer y con la obra tal cual en su lengua natural, lo cual, dicho sea de paso, es un verdadero orgasmo literario.

Ahora, sin más palabras que puedan opacar la genialidad del Interno de Boston, vayamos hasta esa cámara, traspasemos el dintel bajo el busto de Palas y dejémonos llevar por los oscuros recovecos que habitaron la mente de nuestro Interno de Boston...

*Imagen tomada de la App del poema en iPad

el cuervo


Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!




The Raven



Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,

Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
`'Tis some visitor,' I muttered, `tapping at my chamber door -
Only this, and nothing more.'


Ah, distinctly I remember it was in the bleak December,
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow; - vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow - sorrow for the lost Lenore -
For the rare and radiant maiden whom the angels named Lenore -
Nameless here for evermore.


And the silken sad uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me - filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating
`'Tis some visitor entreating entrance at my chamber door -
Some late visitor entreating entrance at my chamber door; -
This it is, and nothing more,'


Presently my soul grew stronger; hesitating then no longer,
`Sir,' said I, `or Madam, truly your forgiveness I implore;
But the fact is I was napping, and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,
That I scarce was sure I heard you' - here I opened wide the door; -
Darkness there, and nothing more.


Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing,
Doubting, dreaming dreams no mortal ever dared to dream before;
But the silence was unbroken, and the darkness gave no token,
And the only word there spoken was the whispered word, `Lenore!'
This I whispered, and an echo murmured back the word, `Lenore!'
Merely this and nothing more.


Back into the chamber turning, all my soul within me burning,
Soon again I heard a tapping somewhat louder than before.
`Surely,' said I, `surely that is something at my window lattice;
Let me see then, what thereat is, and this mystery explore -
Let my heart be still a moment and this mystery explore; -
'Tis the wind and nothing more!'


Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
In there stepped a stately raven of the saintly days of yore.
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he;
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door -
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door -
Perched, and sat, and nothing more.


Then this ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
`Though thy crest be shorn and shaven, thou,' I said, `art sure no craven.
Ghastly grim and ancient raven wandering from the nightly shore -
Tell me what thy lordly name is on the Night's Plutonian shore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'


Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Though its answer little meaning - little relevancy bore;
For we cannot help agreeing that no living human being
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door -
Bird or beast above the sculptured bust above his chamber door,
With such name as `Nevermore.'


But the raven, sitting lonely on the placid bust, spoke only,
That one word, as if his soul in that one word he did outpour.
Nothing further then he uttered - not a feather then he fluttered -
Till I scarcely more than muttered `Other friends have flown before -
On the morrow he will leave me, as my hopes have flown before.'
Then the bird said, `Nevermore.'


Startled at the stillness broken by reply so aptly spoken,
`Doubtless,' said I, `what it utters is its only stock and store,
Caught from some unhappy master whom unmerciful disaster
Followed fast and followed faster till his songs one burden bore -
Till the dirges of his hope that melancholy burden bore
Of "Never-nevermore."'


But the raven still beguiling all my sad soul into smiling,
Straight I wheeled a cushioned seat in front of bird and bust and door;
Then, upon the velvet sinking, I betook myself to linking
Fancy unto fancy, thinking what this ominous bird of yore -
What this grim, ungainly, ghastly, gaunt, and ominous bird of yore
Meant in croaking `Nevermore.'


This I sat engaged in guessing, but no syllable expressing
To the fowl whose fiery eyes now burned into my bosom's core;
This and more I sat divining, with my head at ease reclining
On the cushion's velvet lining that the lamp-light gloated o'er,
But whose velvet violet lining with the lamp-light gloating o'er,
She shall press, ah, nevermore!


Then, methought, the air grew denser, perfumed from an unseen censer
Swung by Seraphim whose foot-falls tinkled on the tufted floor.
`Wretch,' I cried, `thy God hath lent thee - by these angels he has sent thee
Respite - respite and nepenthe from thy memories of Lenore!
Quaff, oh quaff this kind nepenthe, and forget this lost Lenore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'


`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil! -
Whether tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate yet all undaunted, on this desert land enchanted -
On this home by horror haunted - tell me truly, I implore -
Is there - is there balm in Gilead? - tell me - tell me, I implore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'


`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us - by that God we both adore -
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels named Lenore -
Clasp a rare and radiant maiden, whom the angels named Lenore?'
Quoth the raven, `Nevermore.'


`Be that word our sign of parting, bird or fiend!' I shrieked upstarting -
`Get thee back into the tempest and the Night's Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!
Leave my loneliness unbroken! - quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!'
Quoth the raven, `Nevermore.'


And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming,
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted - nevermore!